miércoles, 29 de mayo de 2019

ELIMINAR LA AUTOCOMPASION PARTE 2


También podemos desplegar una extraña capacidad para convertir una pequeña molestia en todo un universo de lamentos. Cuando el correo nos trae la cuenta del teléfono, nos sentimos abrumados por nuestras deudas, y declaramos formalmente que nunca podremos terminar de pagar. Cuando se nos quema un asado, lo consideramos como una prueba de que nunca podremos hacer algo a derechas. Cuando llega el auto nuevo, decimos confidencialmente, "Con la suerte que yo tengo, algo me va a suceder". 


Es como si lleváramos a nuestras espaldas un morral lleno de recuerdo desagradables, tales como heridas y rechazos de nuestra niñez. Veinte, o cuarenta años después, ocurre un acontecimiento de menor importancia comparable a uno de aquellos que tenemos guardados en la bolsa. Esa es la ocasión en que nos sentamos, destapamos la bolsa, y empezamos a sacar de ella con todo cuidado, aquellas heridas y rechazos del pasado. 
Con un recuerdo emocional total, volvemos a vivir cada uno de esas frustraciones vívidamente, ruborizándonos de vergüenza por las timideces de nuestra niñez, mordiéndonos la lengua por las ideas antiguas, repasando las antiguas disputas, temblando con temores casi olvidados, y tal vez llorando de nuevo por un fracaso amoroso de nuestra juventud. 

Esos son casos extremos de autocompasión genuina, pero no son difíciles de reconocer para aquellas personas que alguna vez han tenido, visto o deseado esa sensación lacrimosa. Su esencia es la autoabsorción total. Podemos llegar a sentirnos tan estridentemente preocupados por nosotros mismos que perdemos el contacto con todos los demás. No es muy fácil congeniar con alguien que actúe en esa forma, excepto un niño enfermo. Por eso cuando nos sentimos en esa situación de "pobrecito yo", tratamos de esconderla, particularmente de nosotros mismos, pero no existe forma de librarnos de ella. 

Por el contrario, necesitamos arrojar de nosotros esa absorción, ponernos de pie, y dar una mirada sincera a nuestro proceder. Tan pronto como conocemos la autocompasión, podemos empezar a hacer algo acerca de ella, algo diferente de beber. 

Los amigos pueden sernos de mucha ayuda si son lo suficientemente íntimos como para poder hablarles francamente. Ellos pueden escuchar las notas falsas de nuestro canto de lamentos y decírnoslo así. O probablemente nosotros mismos podemos escucharlas; y empezamos a poner en orden nuestros sentimientos por el simple expediente de expresarlos en voz alta. 

Otra arma excelente es el humor. Algunas de las más resonantes carcajadas en las reuniones de A.A. se escucharan cuando un miembro describe su última orgía de autocompasión, y los asistentes nos vemos a nosotros mismos en ese espejo de diversión. Allí nos vemos hombres y mujeres adultos envueltos en el pañal emocional de un bebé. Puede ser un choque, pero la carcajada compartida ahuyenta muchos de los dolores, y el efecto final es muy saludable. 

Cuando observamos la iniciación de nuestra autocompasión, podemos también tomar una acción contra ella con un libro de inventario instantáneo. Por cada anotación de miseria en la columna del debe, podemos anotar una bendición en la columna de haber. La salud de que gozamos, la enfermedad que no tenemos, los amigos que hemos amado, el clima soleado, la buena comida que nos espera, el gozar de todas nuestras facultades, el cariño que se nos proporciona, la amabilidad que recibimos, las 24 horas de sobriedad, el trabajo de una hora, el buen libro que estamos leyendo, y muchas otras causas de satisfacción que pueden totalizarse para contrarrestar el débito que causa la autocompasión. 

También podemos usar el mismo método para combatir las depresiones de los días festivos, que no suceden únicamente a los alcohólicos. Navidad, año nuevo, cumpleaños y aniversarios arrojan a muchas personas dentro de las marañas de la autocompasión. En A.A. podemos aprender a reconocer esa antigua inclinación para concentrarnos en la tristeza nostálgica, o mantener en circulación una letanía de lo que hemos perdido, de 
antigua inclinación para concentrarnos en la tristeza nostálgica, o la gente que nos desprecia, y de lo pequeños que nos sentimos al compararnos con los ricos y los poderosos. Para contrarrestar esto, añadimos al otro lado del libro mayor nuestra gratitud por la salud, por las personas amadas que nos rodean, por nuestra habilidad para dar amor, ahora que vivimos en la sobriedad. Y nuevamente, el balance mostrará utilidades. 

(LIBRO VINIENDO SOBRIO)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario